Cuenta la historia, que Fares se escapó cuando apenas tenia 18 años porque no quería hacer el servicio militar.
Atrás de el, vinieron sus padres y hermanos, cuando la vida en ese país árabe se hizo peligrosa e insostenible.
Gracias a esa decisión de ese chico, hoy toda su familia tiene un local de comidas que se llena todas las noches en el barrio porteño de Palermo.
Lo sorprendente de todo esto, es que Fares arribo a Buenos Aires hace cuatro años sin saber ni una palabra de español.
Y pudo aprender español en la calle, se llevaba un cuadernito y anotaba todo lo que escuchaba.
En aquel entonces, trabajaba vendiendo ropa que el mismo fabricaba, tenía cerca de 20 años, y había dejado atrás, en Damasco, a toda la familia, sus padres y sus tres hermanos.
El mismo nos cuenta que se vino a la Argentina, porque no quería hacer el servicio militar, ya que en Siria es obligatorio.
El chico Sirio vino con la idea de estar unos años y volverse a su país natal, pero todo se puso cada vez peor.
Y fue cuando le hizo el click, y decidió no volver mas a Siria, ya que lo consideraba peligroso, y ya no tenia las mismas ganas de regresar.
Su local gastronomito esta situado en el barrio porteño de Palermo, en la calle Araoz al 1000.
Un lugar my pintoresco, de una austeridad casi soviética, con un empapelado raído, mesas de madera y unos pocos cuadros.
La parte importante sale de la cocina, donde se sienten aromas que hablan de otro mundo: olor a cardamomo, a pistachios, a tahine y a almíbar.
En una esquina, se ve un narguile o shisha, la pipa de agua para fumar, que se ve en las películas de Bollywood.
Todas las mesas del Restaurante estan colmadas de argentinos, que llegan tentados por los platos étnicos, pero también por los insólitos precios, que no parecen guiarse por la dinámica de la inflación argentina. los platos no superan el valor de 100 pesos.
Fares nació en un pueblito llamado Saghra, que en español significa «rubia». A los 14 años, decidió irse solo a Damasco. Cambió el colegio por trabajos agotadores.
Como mozo llegó a trabajar 12 horas por día, todos los días, en algún momento supo de un tío que vivía desde hacía 20 años en Buenos Aires, se vino, aunque no sabía nada de Argentina.
La vida fue muy difícil sin documentos, sin amigos, sin familia, los primeros años fueron difíciles.
Pero un día cambió todo, se dio cuenta de que si él no podía volver a Siria, al menos podría intentar traer a los suyos.
Durante sus recorridos incesantes por Buenos Aires, cargado de ropa, la idea de conseguir un local y ponerse un restaurante comenzó a tomar forma.
Así que lo llamé y le dije que se viniera para hacer algo juntos, cuenta.
Eso fue hace un año, cuando la situación en Siria era cada vez más complicada y la guerra había ido acorralando las ciudades.
Hatam vino con su mujer y con sus tres hijos, el mayor, que estudiaba para cura, no se adaptó y decidió volverse a Siria, a pesar del peligro.
Pese a que les va muy bien y el local se llena todas las noches, Fares a veces fantasea con volver a su país.
Son solo unos segundos, sobre todo desde que volvió a reunir a su familia. Pero ocurre, después se le pasa.
Si volviera, tendría que pagar 15 mil dólares porque no hice el servicio militar, y no voy a pagar 15 mil dólares para ir a morirme. Ni loco.