De dormir en el cemento y levantarse a cosechar a ser uno de los mejores laterales del mundo.
El lateral derecho de la Juventus tuvo una infancia dura y llena de sacrificios, en la que llegó a cobrar 10 dólares por hacer de extra en una película.
Se levantaba cuando todavía había un par de horas de nocturnidad por delante.
En Juazeiro, ese pequeño y caluroso pueblito del centro de Brasil, caminar por el costado de un camino perdido a las 4.00 de la mañana era una de las únicas maneras de sentir una brisa fresca que corriera como un imposible entre la inmensidad de los cultivos.
El pequeño Daniel, el quinto de cinco hermanos y el protegido de todos los Alves da Silva, no se salvaba del ritual que conseguía el sustento familiar.
Al igual que su padre, Domingos Alves da Silva, el menor de la familia trabajaba en las plantaciones melones, cocos, duraznos y cebollas desde los 7 años de edad.
Los campos eran el comienzo de cada día, desde Juazeiro a Salitre y de allí de nuevo a Juazeiro, para ir a la escuela.
Mientras los compañeros de Daniel se levantaban cerca de las 8 de la mañana para entrar a las 9.30, el pequeño agricultor llegaba a las aulas con varias horas de trabajo encima.
Más de una vez, volvía a ponerse el sombrero para protegerse del sol y arremetía con otro tramo más luego del colegio.
Así era la vida del pequeñito que solamente cedía a sus obligaciones para la única cosa que lo perdía por completo: jugar al fútbol.
En un campito de tierra a la vuelta de su casa, el flaquito que destacaba por su habilidosa pierna derecha se distraía de la pobreza, de la necesidad y de la desigualdad, pero, sobre todo, se empeñaba en soñar.
Daniel se levantó cada día durante los primeros 13 años de su vida con un apabullante dolor de espalda.
Claro, es que el pequeño dormía todas sus noches en una cama hecha de una placa de cemento, con alguna tela por encima y sin colchón de por medio.
Al igual que su padre, salía y miraba al cielo, pidiendo agua que regara los cultivos.
“Eran seis meses de cultivo y tal vez otros seis de sequía, lo que lo hacía durísimo”, recuerda el mandamás de la familia.
Lo cierto es que cuando no había lluvia y apenas se obtenía algo para la producción, en la casa de los Alves da Silva debían improvisar.
Daniel y sus hermanos armaban trampas grandes, ideadas por ellos, en las que cazaban palomas.
Luego, las hacían en forma de preparación, convenciéndose de que se trataba de pollo o alguna otra carne de mayor sabor.
Había que vivir y sobrevivir.
La necesidad se presentó en forma de oportunidad cuando en Juazeira se montó un set de filmación para una película llamada “Guerra dos canudos”, una producción que ilustraba el conflicto entre el ejército brasileño y los integrantes de un movimiento popular de contenido socio-religioso, ocurrido a finales del siglo XIX. Esa fue la primera vez que Daniel Alves da Silva vio una cámara de grabación.
Y aprovechó la oportunidad, ya que por apenas cinco reales (unos diez dólares) fue extra en el largometraje.
Ese día debutó en el cine.
A los 13 años, el jovencito decidió emprender el camino del fútbol, su pasión inquebrantable.
Empezó en el ignoto Juazeiro de su población natal, en el que además jugaba su hermano mayor Ney.
Todo cambió cuando el entrenador de ambos, José Carlos Queiroz, fue llamado para dirigir en las inferiores del Bahía, un club de asidua participación en el Brasileirao. Queiroz quiso llevarse con él a Ney, que ya destacaba como defensor central.
Como el Juazeiro no se lo cedió, optó por el mejor de los Alves, que hace poquito estaba en la institución y que jugaba de extremo.
El futuro iba a darle la razón.
El comienzo, de cualquier modo, iba a poner en jaque al pequeño Dani.
En una de las primeras semanas en el Bahía, ya con 15 años, sufriría un robo que resignificaría su realidad y lo haría replantearse el abandono de la actividad profesional.
Alves tenía apenas dos mudas de ropa para todos los días, por lo que mientras usaba ciertas prendas, lavaba las otras y así sucesivamente.
Lo cierto es que al segundo lavado, después de marcharse a una práctica, sus cosas desaparecieron.
No tenía más que lo puesto y se sentía un niño del pueblo en la gran ciudad. Finalmente, Ney lo convenció de seguir en el Bahía y luchar por un destino como futbolista profesional. Sería la mejor decisión de su vida.
Tres años después iba a debutar en el Brasileirao con el Bahía, del que pasaría al Sevilla, del que se iría al Barcelona.
Dani Alves, aquel que juntaba frutas en el campo, se terminó convirtiendo en el jugador más ganador de la historia de Brasil, incluso por encima de Pelé.
Años después de dejar esa cama de cemento, el lateral derecho no olvida sus orígenes.
Tal vez ese sea el secreto de su éxito.
“Yo estoy orgulloso de mi historia.
Yo sé lo que es la necesidad y también sé lo que es el esfuerzo.
Yo sé lo que es levantarse a la madrugada para trabajar.
Yo sé lo que es la vida”.
Dani Alves lo grita por todo lo alto y cada día suena más verdadero.