El corazón popular de la Ciudad de Buenos Aires latirá con más fuerza este domingo 8 de junio cuando la Feria de Mataderos cumpla 39 años de vida, reafirmando su papel como bastión cultural del país.
Desde las 11 de la mañana, vecinos, turistas y amantes del folclore dirán presente en una jornada que homenajeará a esta feria emblemática con música, danza, sabores criollos y un profundo sentido de pertenencia.
Esta feria no es solo un paseo dominical: es una trinchera de la cultura tradicional argentina, donde el mate, el bombo legüero y las empanadas son parte del ADN del barrio, resume con orgullo Beatriz, vecina de Mataderos y visitante habitual desde sus comienzos.
Con casi cuatro décadas de historia, la Feria de Mataderos se ha convertido en mucho más que un mercado artesanal. Es un centro cultural al aire libre que cada domingo convoca a miles de personas con una oferta que mezcla arte, identidad y tradición.
Su origen se remonta a 1986, cuando fue creada con el objetivo de difundir y preservar las costumbres del interior argentino en plena ciudad.
Desde entonces, el encuentro semanal ―ubicado sobre la Av. Lisandro de la Torre y Av. de Los Corrales― ha resistido el paso del tiempo y los cambios políticos, manteniéndose como un faro de la cultura popular.
A lo largo de los años, se transformó en un espacio de encuentro intergeneracional, donde la tradición oral, los oficios, la música y la danza construyen una narrativa viva del ser nacional.
Declarada Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires e integrante del patrimonio inmaterial del país, la feria es también un ejemplo de organización y resistencia comunitaria.
A través de los años, la comunidad barrial ha sido clave para sostener su continuidad, especialmente en tiempos en que la cultura tradicional suele estar ausente de las agendas oficiales.
Este domingo 8 de junio, desde las 11 hasta las 18 horas, la feria tirará la casa por la ventana con una programación artística variada y representativa. Abrirá el escenario el grupo de danzas folclóricas Andanzas del Sur, proveniente de Montevideo, Uruguay, en un guiño a la hermandad rioplatense.
Le seguirán el Ballet Corazones Criollos y Matías La Torre, un artista que supo integrar la orquesta del legendario Mariano Mores.
El momento festivo alcanzará su punto más alto con la presentación de Mario Luis, quien traerá su cumbia clásica para hacer bailar a todos los presentes.
Más tarde, será el turno de Candela Mazza, una de las revelaciones del Festival de Cosquín, que deleitará con su fuerza vocal y sus raíces santiagueñas. El cierre estará a cargo de la agrupación Zappas Viejas, integrada por Miguel Suárez y Darío Argañaraz, también con impronta santiagueña.
En paralelo, los asistentes podrán recorrer los más de 300 puestos de la feria, donde se ofrecen artesanías en cuero, madera, tejidos regionales, platería criolla, y una amplia variedad de productos tradicionales.
No faltarán los puestos de comida con locro, empanadas, choripán, pastelitos, vinos caseros y dulces regionales.
La cita se convertirá también en un acto de memoria colectiva, donde los festejos se entrelazarán con la historia de un barrio forjado por trabajadores del antiguo matadero, artesanos, músicos y cocineras que han mantenido vivo el espíritu del lugar.
Un dato que no pasará desapercibido: como cada año, la panadería La Esperanza, ícono del barrio con décadas de trayectoria, será la encargada de donar la torta de cumpleaños, símbolo de unión y festejo comunitario. Alrededor de ella se cantará el feliz cumpleaños, una postal que se repite cada año con emoción renovada.
Además del escenario principal, habrá talleres gratuitos de danzas tradicionales, juegos para chicos, espacios para aprender a bailar zamba y chacarera, y presentaciones de recitadores criollos.
La feria se convierte así en un aula abierta de cultura popular, en donde no solo se disfruta, sino también se aprende.
No menos importante es el impacto económico y social que genera este espacio: da sustento a más de mil personas entre feriantes, artistas, técnicos y emprendedores, muchos de los cuales encuentran allí una fuente de ingresos estable.
En tiempos difíciles, este circuito autogestivo se convierte también en una herramienta de inclusión y desarrollo.
Como periodista y como vecino que muchas veces caminó esas calles empedradas, puedo afirmar que la Feria de Mataderos es uno de los pocos lugares en los que el tiempo parece detenerse para rendir homenaje a nuestras raíces.
No hay mayor acto de resistencia cultural que celebrar, con mate en mano y chacarera de fondo, el alma de un país que sigue latiendo en cada rincón de su historia popular.