El Dilema de la reacción en las Entraderas

Sabemos que en esos momentos donde es difícil saber que hacer, por diferentes tipos de motivos, es bueno leer artículos de este tipo.

En esta nota, Diego Gorgal, especialista en Seguridad, asegura que no se puede aconsejar de manera generalizada sobre cómo reaccionar en las entraderas.

El principal y único consejo que da el especialista en Seguridad es no reaccionar ante un delito:

«Si el objeto es un robo, que consigan el robo y se vayan». De todas maneras, Diego Gorgal de él se trata- prefiere no generalizar, porque es inconveniente.

«En el caso de las entraderas, se conjugan cuestiones particulares. Depende mucho de quién es la víctima, si es adulto mayor, joven o una mujer.

También depende del perfil del victimario, por caso si es un joven bajo los efectos de las drogas.

Hay muchas particularidades que hacen difícil establecer 5 consejos generales, universales, que circulan en las guías de prevención», asegura.

Licenciado en Ciencias Políticas, consultor en la materia y exministro de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Gorgal remarca que el delito de las entraderas es el que más dolores de cabeza genera. Para las autoridades y para las víctimas.

Vivir con la muerte en la cabeza

«Se conjugan estrés y nervios de un lado y del otro, porque el delincuente lo vive con la misma adrenalina que el asaltado y en ese marco se producen accidentes, imprevistos o situaciones lamentables», señala.

Para Gorgal, las entraderas tienen un perjuicio adicional, lo que denominó «los costos invisibles que tiene el delito».

«Esto es importante resaltarlo, porque uno tiende a limitar la situación al hecho delictivo, a lo que te robaron, pero los efectos son tan importantes como el hecho en sí.

La forma en que te afecta el estrés postraumático, el miedo con que pasas a vivir y de qué manera te daña la calidad de vida, sin contar eventuales represalias en los casos de legítima defensa», sostiene.

El caso Santos disparó el debate

Justiciero o asesino. El caso Santos dividió al país. Fue la tarde del 16 de junio de 1990, cuando el ingeniero Horacio Santos, en un arranque de furia, ultimó a dos ladrones que le habían robado el pasacasetes de su cupé Renault Fuego, en el barrio porteño de Villa Devoto.

Cuando Osvaldo «El Topo» Aguirre, de 29 años, y Carlos «El Pollo» González, de 31, se aproximaron al vehículo, el profesional se encontraba en un negocio.

Su mujer escuchó la alarma del auto, salió corriendo y vio a los delincuentes en fuga.

Cansado de sufrir robos, Santos abordó la Fuego y persiguió a los ladrones, que iban en un vehículo Chevy. Cuando les dio alcance, los ejecutó a cada uno de un disparo en la cabeza.

En septiembre de 1994, Santos fue condenado a 12 años de prisión por los homicidios, aunque la Cámara Penal redujo la sanción a 3 años en suspenso, al entender que había actuado con exceso en la legítima defensa.

Estrés postraumático: especial atención en los cambios de conductas

Luego del proceso judicial, el ingeniero ya no fue el mismo de antes. Junto a su familia debió abandonar el chalet que ocupaban en la calle Espinosa al 3.500, para radicarse en el barrio de Florida.

Por temor a ser víctima de una venganza, pasó al anonimato e intentó hacer una vida normal.

¿Por qué Santos portaba un arma de fuego? porque temía por su seguridad. Le habían robado 12 veces el autoestéreo.

Para unos fue un héroe; para otros, villano. Santos y su conducta abrieron un debate social que todavía persiste.

Y que se reanuda cuando surgen otros casos de fuerte repercusión mediática, como sucedió en 2016 con el médico Lino Villar Cataldo en Loma Hermosa o con el carnicero Daniel Oyarzún en la ciudad de Zárate.

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