Los cuerpos sin vida de cuatro integrantes de una familia fueron hallados en un departamento de Villa Crespo. Todo indicaba que se trataba de un crimen atroz, pero las primeras sospechas dieron un giro inesperado.
La principal hipótesis de los investigadores apunta a la madre como la autora del cuádruple homicidio, y detrás del horror emergen indicios de una historia atravesada por la enfermedad mental, el aislamiento y un deterioro que nadie pudo frenar a tiempo.
“Parecían una familia normal”, dijo una vecina con la voz quebrada, mientras la escena del crimen era peritada por la Policía Científica.
En las redes, los seguía en sus viajes, los veía sonreír. Pero dentro de la casa todo era diferente: Laura Leguizamón, de 51 años, recibía tratamiento psiquiátrico desde hacía dos años y atravesaba un cuadro depresivo profundo.
Su marido, Bernardo Sergio Seltzer, la acompañaba de cerca. Tal vez, demasiado cerca. Esta semana, todo terminó de la peor manera.
El miércoles por la tarde, la empleada doméstica llegó al departamento de la calle Aguirre al 200, como lo hacía cada semana. Pero algo no estaba bien. Le costó abrir la puerta: del otro lado, el cuerpo de uno de los hijos trababa la entrada.
El silencio del lugar se volvía cada vez más ominoso. Al ingresar, se encontró con una escena indescriptible: los cuatro miembros de la familia estaban muertos. Todos con heridas de arma blanca. Rápidamente dio aviso a la Policía, que llegó al lugar con equipos forenses y peritos. Comenzaba una investigación que, en menos de 24 horas, daría un vuelco desconcertante.
Las primeras versiones apuntaban al padre como el presunto asesino. Pero el análisis de la escena, los perfiles psicológicos y la posición de los cuerpos cambiaron el foco de la investigación: ahora, todas las miradas apuntan a la madre.
Según los peritajes preliminares, Laura tenía una puñalada en el pecho, sin signos de defensa. Estaba en el baño. Las autoridades sostienen que habría matado primero a sus hijos, luego a su esposo —que habría estado dormido—, y finalmente se quitó la vida. En la cocina, dejaron una carta confusa, llena de incoherencias.
El dato que más conmovió a la comunidad es que los dos adolescentes asesinados —Ivo, de 13 años, y Ian, de 15— eran estudiantes del colegio ORT, una de las instituciones más prestigiosas de la colectividad judía. No hay registros de denuncias previas, ni violencia doméstica.
Solo una madre enferma, que arrastraba desde hace tiempo un cuadro psicótico y depresivo. Según fuentes cercanas a la familia, hacía dos meses había sufrido una recaída. “Se había brotado”, dicen. La medicación no bastó.
Bernardo Seltzer, el padre, tenía 53 años y era oriundo de Rivera, una localidad del sur de la provincia de Buenos Aires. Estaba casado con Laura desde hacía 18 años.
Era licenciado en Administración, egresado de la UADE, y trabajaba desde 2001 en la empresa Granar S.A., dedicada a la comercialización de granos. En redes sociales, solía compartir imágenes familiares: paseos, vacaciones, cenas. No había señales visibles del drama que se gestaba en su propio hogar.
Leguizamón, por su parte, permanecía la mayor parte del día en cama. La depresión la había aislado, y el último brote psicótico había afectado aún más su estado emocional. Había logrado cierta estabilidad con medicación, pero la recaída fue repentina.
Según allegados, al tomar conciencia de su enfermedad, se hundió aún más. Y aunque su marido intentó acompañarla, incluso trabajando desde casa, el deterioro mental se profundizó hasta llegar a este desenlace fatal.
Desde la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), el rabino Eliahu Hamra expresó sus condolencias por la tragedia. “Con gran conmoción, recibimos la noticia de que los cuatro integrantes de la familia de Bernardo Sergio Seltzer fueron hallados hoy, sin vida, en su departamento de la calle Aguirre 295″, escribió en su cuenta oficial. El mensaje reflejó el estado de shock de una comunidad entera, golpeada por una tragedia tan brutal como inesperada.
La Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional, a cargo del fiscal Martín Troncoso, continúa con la investigación del caso. La División Homicidios y la Policía Científica realizaron los peritajes en el lugar, que no presentaba signos de violencia externa ni de robo.
Las puertas blindadas estaban cerradas, no faltaban objetos de valor ni había desorden, lo que llevó a descartar desde el principio la hipótesis de un robo. Todo indicaba que el crimen había ocurrido en el más absoluto silencio del encierro familiar.
La tragedia abre además un debate necesario sobre la salud mental y sus consecuencias cuando no es tratada adecuadamente.
¿Qué llevó a una madre a tomar semejante decisión?
¿Cuáles fueron las señales que no se vieron?
¿Hubo advertencias que se desoyeron? Las preguntas se multiplican mientras el caso sigue en investigación, pero hay algo que ya se sabe: el dolor es inmenso y las vidas perdidas no podrán recuperarse.
El crimen en Villa Crespo no es sólo una noticia policial más. Es una tragedia humana, íntima y estremecedora. Nos recuerda que la salud mental no puede seguir siendo un tema tabú, ni relegado a los márgenes.
Porque cuando no se habla, cuando no se acompaña, cuando no hay redes de contención, las consecuencias pueden ser irreversibles.
Como periodista, y como parte de esta sociedad, me duele profundamente contar esta historia. Ojalá que al menos sirva para que empecemos a mirar con más atención, y menos prejuicio, a quienes están luchando contra sus propios fantasmas.