La historia del Café de Hansen tenía dos caras: de día, poblado de familias; de noche, punto de reunión de guapos y malevos; ¿Por qué el dueño prohibió que las bandas musicales interpretaran El Esquinazo?
Durante el siglo XX, a través del cine. Fue el caso del Café de Hansen que, gracias a Los muchachos de antes no usaban gomina, quedó en el imaginario colectivo como el lugar de Buenos Aires donde nació el tango.
Si bien no hay pruebas que documenten que allí surgió la música típica rioplatense, este café se convirtió en un mítico lugar para los porteños.
Johan Hansen fue un inmigrante alemán que en 1869 abrió un restaurante en los terrenos que habían pertenecido a Juan Manuel de Rosas y donde seis años más tarde se habilitó el parque Tres de Febrero.
El café se inició en una precaria edificación propiedad del mencionado inmigrante, pero, entre 1875 y 1876, el gobierno instó a su dueño al desalojo para liberar el paso en la avenida de las Palmeras (hoy Sarmiento). Hansen y el café se mudaron a una casa aledaña donde funcionó hasta su demolición.
En 1892, el emprendedor alemán murió y otros dueños manejaron el establecimiento. El más famoso fue Anselmo Tarana quien regenteó el negocio, ahora bajo el nombre de “Restaurante Recreo Palermo – Antiguo Hansen”, durante cinco años.
Como un Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el Café de Hansen tenía dos caras. De día era un restaurante al que acudían familias que paseaban por el parque y que iban a comer en el patio de baldosas blancas y negras, bajo las pérgolas, envueltos en el aroma que desprendían las glicinas y madreselvas que adornaban el sitio, o simplemente visitantes que querían saborear una cerveza.
En un artículo publicado por Caras y Caretas en 1903 se describió al legendario café como “el paraje más pintoresco de Buenos Aires”.
El café se llenaba de malevos, gaviones y algún que otro niño bien que desafiaba la autoridad paterna y se inmiscuía en el local. A veces se armaban grescas que terminaban en tiros y puñaladas. Se tocaba tango aunque no se bailaba porque estaba prohibido. Eso era oficialmente, ya que nunca faltaba el que se animaba a alguna vuelta de baile afuera, en las glorietas.
Ángel Villoldo, creador de éxitos como La morocha o la música de El choclo, estrenó El Esquinazo en el Hansen. Cada noche, cuando se tocaba esta pieza, los asistentes marcaban el ritmo aplaudiendo. El entusiasmo iba creciendo y a los aplausos se sumaba un leve golpeteo sobre las mesas. Luego taconeaban sobre el suelo.
El público aumentaba la temperatura con esta milonga y pedían bises: llegaron a tocarse siete veces en una misma noche.
El golpeteo rítmico que acompañaba al endiablado tango, como lo definió Pintín Castellanos, pianista y compositor uruguayo, creció hasta convertirse en golpes de vasos, copas y hasta sillas que volaban por el local. Anselmo Tarana, el dueño, cansado ya de tantos destrozos hizo poner un cartel que decía:
“Terminantemente prohibida la ejecución del tango el esquinazo. Se ruega prudencia en tal sentido”.
Ya cerrado el negocio, el Café Hansen fue evocado por tangos como Tiempos Viejos, con letra de Manuel Romero, o el Fueye de Arolas de Héctor Marcó.
El “chupping-house” de Palermo, como lo definió el periodista Félix Lima, acompañó el crecimiento inicial del parque Tres de Febrero como lugar de recreación para los porteños, convirtiéndose en un hito de la historia de Buenos Aires.